Capítulo Séptimo: Si lo llego a saber, me enamoro de otra. De ti. . . ¡quita , quita!.Sobre un escenario cualquiera... al sentir de un público cualquiera: un joven payaso es divertido y un payaso viejo es triste; un joven sabio parece un inverosimil payaso viejo, y Javier Krahe se mostró ante mis ojos como un viejo sabio: solemne y divertido.
Posicionados por el escenario él y sus músicos tal como acostumbran hacerlo aparecieron ante todos al abrirse el telón. Relajado, humilde y simpático rompía entonces Javier Krahe el hielo con uno de esos comentarios cómicos suyos y su chulesco acento, saludando y agradeciendo a su público la asistencia.
Javier López de Guereña concentrado, Andreas Pittwitz (con toda su cara de buena persona) revisaba el público, Fernándo Anguita... como si aquello no fuera con él. Un, dos, tres y....!!! ... quedó inaugurada la velada con un oportuno e incomparable "Pues Nada... Hombre". Me caló el tema y -por celebrarlo- mientras sonaba no pude evitar pedirme un roncola y - en señal de agradecimiento a los artistas- convidar a mis vecinos de barra a que se hicieran porros como antorchas. Poco o nada habían tardado estos "monstruos" del escenario en hacerse con el control emocional de la sala.
Mientras el Maestro nos seducía con sutiles y mordaces batallas de su rico poemario, López de Guereña y Anguita nos pintaban la sala con vivos colores y envolventes y confortables melodías. Pittwitz, cual maestro cirujano, incorporaba sus instrumentos de viento meciéndonos de allá para acá y zarandeándonos cuando así se lo exigía la partitura. Es única la sensación acústica que unos experimentados músicos como éstos saben producir en una pequeña sala. Había que reconocer que aquello estaba muy lejos de estar pagado.
Canciones..., muchas, muchas a lo largo de ¡¡ DOS HORAZAS!!de concierto. Todas con la correspondiente introducción o comentario desenfadado, jocoso e inteligente - y seguro que para algún despierto también, en su justa medida, lacerantes-. Como nadie sabe este maestro de las palabras tornarte la sonrisa de facilona a amarga, y depues de agria a bobalicona, y entre tanto afanrte espontáneas carcajada tras carcajada.
La complicidad del grupo en el escenario es envidiable: sus caras, gestos, miradas... completan una escenificación tan adecuada que incluso ante algún posible despiste de alguno de los músicos todos nos quedamos con la sensación de que se trataba de una bien medida cuña cómica. Se coordinan con tal desenvoltura que cabría decirse que si a Krahe se le escapase un ruidoso pedo en pleno show entre todos harían que oliese fenomenalmente divertido. Así, Inevitablemente, todo ello invita a su público a querer participar y no perderse ni un ápice de lo que allí hacen.
En cuanto a la sala... las copas son muy baratas. Un cubata podría costar sobre 2€. Lamentables fueron algunos elementos de entre el público sobradamente pasados de rosca, incómodos y groseros. Así como algunos camareros con ese mismo talante. El equipamiento musical del local era el adecuado para un concierto de estruendosas guitarras eléctricas y gritones vocalistas, pero incapaz de reproducir con fidelidad las sutilezas musicales de aquellos talentos con solera. Llengando incluso a petardear incómodamente algún amplificador o altavoz.
A lo largo del espectáculo hubo momentos para todo y todos. Krahe bailó peretidas veces, los músicos se marcaron un original, rápido y vitalista temazo salsón al compás que Javier Krahe marcaba repetidas veces con: "¡¡Sabor!!". Y elegantemente, sabiendo dar a su público lo justo en cada momento, sin necesidad de hacerse de rogar demasiado nos brindaron la apoteósica " La Tormenta". Con el público estremecido los músicos se despidieron siendo Krahe el último en abandonar el escenario siempre atento a todos nosotros. Contra viento y marea, con total éxito y maestría, al final habian capeado el temporal.
Con una sonrisa que me acompañaría hasta el mismo sueño me despedí del local, y de allí me llevé la segura convicción de que tendía que volver a verlos algún día. En un íntimo teatro donde permitan fumar y beber, ó en el salón de mi casa.
Hoy, siete días después, aun no me he recuperado de casi una "pulmonia" que sin venir a cuento pillé aquel día, pero eso -como diría Javier Solana- son efectos colaterales.
Salud amijos.
